La SureñaRelatos Románticos y Fantásticos.
Volumen III
Ana |
Edición en formato digital: mayo de 2011
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PARA MIS TRES AMORES, MIS HIJOS ANA Y RAÚL Y MI MARIDO JUANJO, SIN ELLOS HUBIERA SIDO IMPOSIBLE CREAR ESTAS HISTORIAS.
¡Qué emoción, hoy por primera vez iba a volar sola en avioneta!
Había invertido muchas horas de vuelo, antes de intentar viajar por mi cuenta. Lo llevaba en la sangre, siempre en mi familia hubo algún aventurero, escalador o aviador. En estos momentos, era la única que podía intentarlo. Hacía varios meses que mis padres y mis hermanos mayores, decidieron intentar llegar hasta el Polo Norte. Nunca volví a saber de ellos. Estaba terminando el último curso de Bilogía, en la Universidad de Carolina. Allí residíamos todos los Aston, desde tiempos inmemorables.
Fue mi tatarabuelo, el que construyó una gran mansión, en la época, en que todavía existía la esclavitud. Era de origen inglés y el primer aventurero de la saga familiar. Después, ha ido pasando de generación en generación. Mis abuelos todavía viven en ella. Mi padre es su único hijo, Michael Aston, casado con una bella mujer también emparentada con la misma familia. Mi madre es su prima segunda y siempre se han criado juntos. Según me cuentan llevan enamorados desde la niñez y ya se prometieron amor eterno.
Todos estaban muy contentos con el enlace, mis cuatro abuelos lo celebraron por todo lo alto. Era una boda muy esperada y estaban muy ilusionados, tanto los novios como el millar de Aston, que tenemos en Carolina. Creo que casi todos los que vivimos allí, poseemos en más o menos medida, algo de sangre en común.
En fin, yo soy una Aston auténtica de pies a cabeza. He heredado los rasgos distintivos de la familia. Somos muy altos, delgados, con el cabello muy rubio y liso, mis cejas son finas y algo más oscuras que el pelo, los ojos verdes oscuros, la piel es muy blanca, una nariz en las mujeres, más chatita, que en los hombres y unos labios rojos carnosos. Los pómulos son un poco pronunciados y la barbilla con un hoyuelo, nos hace parecer muy pícaros.
La afición a la vida de los animales y a todo ser vivo me ha fascinado desde la infancia. Soy la más seria de mis hermanos. Ellos han disfrutado de emociones fuertes, no ha habido ningún deporte que se les resistiera, cuanto más peligroso mejor. Lo último en sus locuras, ha sido ir de un sitio a otro del planeta, en avioneta.
Son gemelos y a cual más temerario. Siguen siendo como niños, a pesar de haber cumplido ya los treinta. Mi hermano mayor, nacido antes, por cinco minutos, se llama Michael como mi padre, le decimos Junior, para diferenciarlos, mi hermano pequeño le han puesto el mismo nombre que a mi otro abuelo por parte de mi madre, Steven. Son como dos gotas de agua, es difícil distinguirlos si no perteneces al clan familiar. Se parecen más a mi padre. Su pelo aunque es parecido al mío, es rubio oscuro y los ojos son castaños claros. Por lo demás se nota que somos hermanos, me llevan una diferencia de ocho años. Tengo veintidós, y he sido más una mascota para ellos que una hermana. Me quieren mucho, y se pelean por defenderme ante cualquier difícil situación. La verdad, es que son muy protectores, más que mis padres, ellos me han espantado cualquier posible amigo más íntimo. Siguen viéndome como un bebé. Los extraño mucho. Por eso si me vieran en estos momentos, se morirían del susto. Estoy a punto de ir a recorrer todo el Polo Norte, para encontrarlos. Rezo todos los días porque hayan sobrevivido al accidente. No he podido vivir tranquila estos últimos meses, sin tener noticias del paralelo donde se encuentran. Todos mis abuelos están destrozados. Hemos hecho todo lo humanamente posible para rescatarlos, pero no ha habido suerte, la última esperanza la tienen depositada en mí. Ojalá sea posible y un milagro me ayude a traerlos de vuelta a casa.
Están preocupados, por miedo a que tampoco regrese en mi escapada a las altas montañas. Los pobres son muy mayores y se aferran con uñas y dientes a la única nieta que tienen.
Les he prometido que volvería sana y salva y con varios ocupantes más. Es el último recurso que tenemos.
Son las siete de la mañana, es invierno y empieza a caer un poco de lluvia, la temperatura no es muy fría, nos hemos reunido todos en el hangar de la propiedad de mi familia. La avioneta está ya preparada para despegar.
Mis abuelos no paran de darme consejos y abrazarme con lágrimas en los ojos. Soy yo la que los tiene que consolar. Pobrecillos, soy su única esperanza y me quieren con locura. Como yo a ellos.
Mis abuelos, Michael y Steven me dan unas palmadas de hombretones y me abrazan como si fueran unos osos. Intentan disimular su angustia ante mi partida, y sonríen con afectación.
Carolina y Karen, mis abuelas, lloran sin parar, y me besan todo el tiempo. Se aferran a mi y no quieren soltarme. Es lo más duro que han tenido que hacer.
-Carol, cuídate mucho, mi dulce niña. Nos gustaría acompañarte en esta travesía, pero si vamos, no cabrían los supervivientes en la avioneta. Y los años, nos causan estragos, seríamos para ti, un estorbo en vez de una ayuda. (Se despidió dándome grandes besos y abrazos, mi abuela Carolina, yo me llamaba igual que ella).
Karen, me rogó que volviera sana y salva, mi supervivencia era lo más importante, y que encontrara lo que encontrase, regresara a casa al amor de sus brazos.
Los besé a todos y nos despedimos.
Empezaba la aventura en estos instantes.