Antes Despues

Mi madre, se dedica exclusivamente a su jardín, tanto en verano como en invierno. Tenemos un hermoso invernadero, que hizo construir mi padre en los terrenos colindantes a la mansión, nada más casarse con la dulce y delicada Ann. Ella si que es una flor preciosa, menudita, tan frágil que con un soplo de aire se la podían llevar. Es muy cariñosa y amable con todo el servicio doméstico y nuestras amistades, la adoran por su comprensión y el afecto con que trata a todos los seres humanos. Mi padre está loco por ella y el sentimiento, es reciproco, se complementan, están tan unidos que a veces pienso que yo he nacido para incordiarlos.

 

 Sé que me quieren con todo su corazón y hubieran deseado que tuviera hermanos, pero únicamente nací yo y he tenido que ser un poco femenina por el lado de mi madre y masculina por el de mi padre.

Me adapto a interpretar cualquier papel si estoy a solas con uno u otra. Soy muy elegante vistiendo y salgo de compras con Ann, muy a menudo para tener un vestuario de lo más dulce y delicado. Físicamente nos parecemos, las dos somos muy rubias con ojos color violeta, con la carita en forma de corazón, unos labios carnosos y rojos y la nariz un poco chatita. Somos muy blancas y siempre tenemos que salir con buen tiempo con nuestras sombrillas y sombreros, si no enseguida nos quemaríamos. Soy un poco más delgada y alta que ella. Pero mi fuerza radica en mi interior. Mientras mi madre todo es dulzura, yo soy más parecida a mi padre, y veo las cosas tal y como son en realidad. Con él, he aprendido a hacer frente a los problemas que me surjan, a no temer a nada ni a nadie y a educarme en todas las materias que me hagan ser disciplinada y culta.

Me encanta hablar de política con Michael mi padre y de filosofía y sobretodo de los sucesos que comentamos todos los días, cuando leemos el periódico en el desayuno. A veces, si son asuntos demasiado escabrosos, esperamos a que mi madre no esté para enzarzarnos en una discusión sobre el presunto autor de los hechos, de cómo será ese sujeto y los motivos para incurrir en un crimen atroz.

Por supuesto no sabe nada de mis idas y venidas a Bond Street, o mis charlas con mi amigo Edmund.

Solemos quedar en una sala de té muy concurrida y mientras merendamos nuestros pastelitos, soy toda oídos para que me informe de los últimos y más recientes escalofriantes asesinatos.

A veces me mira embelesado. Le quiero mucho, pero creo que no me ha llegado el momento todavía de enamorarme, tengo ya diecisiete años y he sido presentada en sociedad hace un año. No me faltan pretendientes, pero los encuentro todos tan insulsos e hipócritas que ninguno me ha llamado la atención.

Hoy he salido de casa casi corriendo, me he entretenido más de la cuenta con mi madre y la modista. Nos han invitado a un baile para recibir a un embajador francés famoso por su estilismo y modales. Los vestidos son preciosos y Ann está encantada pensando que allí a lo mejor conozco al hombre de mis sueños.

 Cómo si me importara mucho conseguir un marido, con lo bien que me lo paso a mi aire, sin dar explicaciones a nadie. Y con mi padre yendo a galopar por las mañanas con nuestros caballos de pura sangre, dejándonos llevar por la emoción de la velocidad y las carreras que echamos. Casi siempre le gano yo, ya que él es muy corpulento y fuerte sin estar gordo, es un hombre muy deportista, que hace boxeo y esgrima. Yo también lo practico, pero sin que lo sepa mi adorada madre. Ella quiere que sea la dama más refinada de todo Londres y no estaría bien visto que me ejercitara en cosas de hombres.

Casi no me he recogido el cabello con las prisas, menos mal que mi sombrero, da el toque perfecto de elegancia. He cogido la sombrilla porque a las cuatro de la tarde, cuando he quedado con mi amigo y en esta época estival, hace un sol y un calor insoportable.

Con prisas y acalorada, llego hasta nuestro refugio diario.

Edmund, ya me está esperando en la mesita que tenemos apartada de todos los días.

-Buenas tardes mi querida Iona, cada día estás más bella y hermosa.

Se levantó y besó mi mano.

-No digas disparates Edmund, soy la misma de siempre y además vengo con un espantoso calor. Hoy podemos tomar una limonada o un té helado.

Retiró mi silla para que me sentara y cogió mi sombrilla y la guardó en un paragüero que había en la entrada.

Se acercó Betsy, la joven bajita y rellenita que nos atendía.

- ¿Qué desea hoy mi bella pareja de enamorados?

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