Antes Despues

Gracias a mi habilidad, capto el alma de todo lo que me rodea y le doy diferentes formas a mis cristales, con vivos colores, como si fueran el fuego, el hielo, el agua o el aire.

Está nevando y la nieve cubre los pasos de mi caballo.

 Me cubro con un pañuelo de lana y con una manta. Me lloran los ojos del intenso frío. Añoraré por un tiempo mi hogar. Es tan hermoso en primavera, cuando se cubre el campo de fresca hierba, los bosques vuelven a renacer, llenándose de vida y las olas del mar, te invitan a nadar.

En mi imaginación, doy formas a nuevas figuras diferentes. Las estaciones me gustan, porque puedo plasmar la belleza del verano, el otoño, el invierno y la primavera.

 Deseo que los aldeanos compren alguna vasija y transmitirles un pedacito de mi arte. Son pocas las cosas que necesito. Los vidrios son mi vida, sin ellos es como si me faltara el alma.

Desde pequeña, no ha habido un solo día, que no bajara al sótano para contemplar a la pareja de ancianos, como manejaban el vidrio como si tuviera vida.

En el carro, llevo toda clase de figuritas y utensilios para uso doméstico: alguna jarrita, vasijas, botellas…Soy más creativa y disfruto inventándome formas diferentes, para embellecer las cabañas de los aldeanos.

-Vamos Moon, mi precioso caballo, no te puedes quedar parado en mitad del camino. Debemos llegar hasta a alguna aldea y descansar en una posada. Con suerte daremos con buenas personas y a cambio de alguno de mis vidrios, nos darán cobijo.

Empezó a nevar más fuerte y no veía bien por dónde íbamos.

Creo que estaba perdida en un bosque oscuro.

-Te soltaré Moon, por lo menos tú podrás salvarte. Busca un lugar para refugiarte.

No quería moverse.

-Eres un buen animal y te quiero, pero por favor sal corriendo. No es justo permitir que perezcas conmigo.

 Le acaricié y susurré dulces palabras, suplicándole que me dejara.

Moon, galopó y se perdió en la lejanía.

 Mis lágrimas caían silenciosamente. Nadie iba a echarme de menos. No tenia amigos, ni familia, que se preocupara por mí. Únicamente mis bellos objetos, me acompañarían en mis últimas horas.

 Deseaba morirme lo más rápidamente posible y no volver a sufrir más.

Me consolaba pensando que algún día, en algún hogar, mis bellos cristales,  serían un recuerdo de mi corta vida.

 No podía luchar contra el destino.  

 La copiosa nieve, estaba cubriendo las ruedas de mi carromato. La luna no había salido y en mi soledad, me encomendé a Dios.

Nadie lloraría por mí. Ni siquiera había conocido a mis padres.

 Me dejaron en la puerta de la cabaña, donde he vivido mis dieciséis años, junto con mis adorables ancianos. Me alegro de reunirme con ellos.

Ya casi no siento mis extremidades. Cierro los ojos y espero que la muerte venga a buscarme.

 Iba a perder la consciencia. Cuando oí ruidos de cascos de caballos. 











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