Antes Despues

Remé con todas mis fuerzas. No descansaría hasta ver amanecer. Luego me dejaría vencer por el sueño y la corriente me arrastraría.

Busqué la Estrella Polar. Brillaba con toda su intensidad. Puse rumbo hacia el Norte. Encontraría alguna costa donde refugiarme.

Dejé vagar mis pensamientos. Mi adorado padre estaría luchando, hasta su último aliento de vida.

Mis lágrimas empapaban el medallón. Lo escondí cerca de mi corazón, para que nadie lo viera.

Era lo único que me quedaba, para sobrevivir en estas cruentas tierras.

Nunca había conocido la paz. Desde mis quince años, siempre teníamos que librar grandes batallas, para defender lo que era nuestro por derecho. Ganado con la fuerza de la espada.

Mi madre murió al darme a luz. Y nunca me he separado del hombre más bueno y honrado de nuestro reino: Mi rey y padre.

Las disputas por el poder eran continuas. La fortaleza del dirigente tenía que demostrarse cada año ante los demás contrincantes.

Se buscaban alianzas para derrocarle y así continuamente.

Mi padre, contaba con buenos caballeros, que le demostraban cada día su lealtad, dando por él, hasta sus propias vidas.

Desgraciadamente, al poco tiempo de mi nacimiento, un poderoso Conde, llegado de  tierras lejanas, quiso apropiarse del reino.

Según fui creciendo, su interés también lo hizo por mí.

Estaba obsesionado por convertirme en su esposa y reinar juntos. A cambio, dejaría con vida a mi padre, el Rey Andrew.
Desterrándolo, fuera de nuestras Tierras.

Yo estaba dispuesta a los esponsales, con el malvado del Conde  Otón.

 Mi querido padre, jamás consintió.

Y ahora se enfrentaba, a la más sangrienta de todas las batallas.

Algún día regresaría a mi hogar y me vengaría del Conde, por las pobres almas asesinadas, que arrastraba año tras año.

Sequé mis lágrimas y con un fuerte suspiro. Continué remando hasta la salida del sol.

Tapé con un pañuelo, mi rostro, para no quemar mi blanca piel. Me tumbé en el fondo de la embarcación y dormité a ratos, más por cansancio que por sueño.

El atardecer llegó, sentía mareo y debilidad. La garganta la tenía seca, no había bebido nada de agua, desde hacía tiempo.

Me levanté con cuidado, cogí los remos, empecé otra vez a remar y oteé el horizonte.

Me pareció divisar a lo lejos una costa.

Más animada, continué remando con fuerza.

Atravesé unas fuertes olas hasta llegar a una playa.

Bajé de la barca y en la arena me desmayé.











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