Dos almas que se habían encontradoRelatos Románticos y Fantásticos.
Volumen VIII
Ana |
Edición en formato digital: febrero de 2012
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PARA MIS TRES AMORES, MIS HIJOS ANA Y RAÚL Y MI MARIDO JUANJO, SIN ELLOS HUBIERA SIDO IMPOSIBLE CREAR ESTAS HISTORIAS.
-¿Quién será a estas horas de la noche? No dejan de golpear la puerta. Es inaudito que nadie pase por aquí, siendo las tres de la madrugada.
He venido a la casita de piedra de mis tatarabuelos en pleno invierno, con veinte centímetros de nieve, alejada de cualquier tipo de civilización, para concentrarme en mi tesis doctoral en veterinaria, con la única compañía de mis dos Huskies, que han empezado a ladrar ante la presencia de algún desconocido perdido en mitad de la intemperie.
Acaricié a mis perros Tros y Kay, un macho y una hembra, para tranquilizarlos.-No pasará nada pequeños míos, seguramente algún despistado montañista ha cambiado de rumbo y ha venido a parar a nuestro hogar.
Encendí todas las luces y me puse mi bata encima del pijama, con somnolencia y bostezando, abría la puerta. Me encontré con un hombre inclinado, sujetándose una herida con un brazo y con cara de sufrimiento.
-Entre enseguida, por favor. ¡Está herido y sangrando! ¿Cómo le ha podido ocurrir?
No me hablaba ante su semblante pálido. Le ayudé a tumbarse en el sofá del salón delante de la chimenea y soltó un grito de dolor antes de desmayarse.
Empecé a quitar las capas de ropa que llevaba, hasta llegar a su herida.
-Tros y Kay, esto tiene mal aspecto, le han herido en el tórax cerca del corazón, unos centímetros más y ya no estaría entre nosotros.
Vigilarle chicos, mientras voy a por mi maletín de doctora.
Que contrariedad, le curaré lo mejor que sé. Estoy acostumbrada a sanar a los animales. Espero acertar con el extraño y poder salvarle la vida, ha perdido mucha sangre y ha estado a punto de congelarse, va a ser todo un reto para mí.
Corriendo bajé las escaleras al sótano donde tenía mi laboratorio particular, cogí lo más deprisa que pude mi equipo de urgencias y sábanas enormes para hacer gasas y taparle la hemorragia.
Lavé la herida desinfectándosela.
Con mucho cuidado, sin que me temblara el pulso, cogí mi instrumental médico y le extraje la bala con unas pinzas.
Menos mal que se había desmayado, no hizo falta darle nada de cloroformo para dormirle. Suturé con delicados puntos la intervención, y le cubrí con gasas y esparadrapo la operación.
Tenía que darle antibióticos para combatir posibles infecciones. Me limpié el sudor de mi frente y le arropé lo mejor que pude para que no pasara frío. Eché más leña en la chimenea. Trosky y kya me observaban silenciosamente, eran unos maravillosos perros muy inteligentes.
-Quedaros un momento vigilando al paciente, si le veis moverse, ya sabéis, ladrar un poco para que enseguida le de la medicación. Voy a preparar un caldo para que entre en calor y un calmante extrafuerte, al pobre hombre, le dolerá mucho cuando recobre el conocimiento.
Puse a hervir agua y con verduras cortadas, unas puntas de jamón, unos huesos de ternera, una pechuga de gallina y sal, le daría algo de líquido con sustancia para que no se deshidratara.
Mientras se preparaba el caldo, me di una ducha para entrar en calor y me hice un café negro para despejarme, era muy importante que vigilara a mi paciente en estas primeras horas. Podría empeorar y tendría que trasladarle al próximo pueblo para que avisaran a un helicóptero y lo llevaran al hospital más cercano.
Aquí estaba tan aislada que no tenía teléfono, ni siquiera cobertura para usar el móvil o el internet.
Ese era el propósito de permanecer en la casita de piedra, que nadie me molestara en mi tesis doctoral sobre el comportamiento de mis Huskies. Llevaba un diario, con toda la convivencia del día a día con ellos. Y libros que saqué de la biblioteca, antes de venir a mi retiro temporal sobre su anatomía y psicología.
Ahora debía centrarme en el hombre que había llegado casi muerto hasta mi puerta.
Había muchas incógnitas que despejar sobre él. Pero lo importante era salvarle de las garras de la muerte.
Escuché unos suaves ladridos de mis queridos perros. Bajé corriendo, apagué la sopa y con cara de preocupación toqué la frente del extraño, estaba ardiendo.
Le puse unas compresas heladas en la cabeza y destapé su cuerpo para que le bajara la temperatura, temblaba y hablaba delirando en alemán.
Le inyecté directamente los antibióticos y los calmantes en vena. Tendría que descender su elevada fiebre lo antes posible.
Colé el caldo en la cocina y lo eché a un tazón para que se enfriara un poco. Con cuidado, me senté en el sofá, sujetándole la cabeza y con una cuchara, le obligaba a abrir la boca para que bebiera lo máximo posible.
Me costó mucho trabajo dárselo, pero al final se tomó todo. Le acomodé con los cojines, le lavé todo su cuerpo, cambiándole las gasas y volviéndolas a desinfectar y le tapé con varias sabanas limpias y una manta, por lo menos la fiebre comenzaba a remitir.
Suspiré de alivio, estaba el paciente más tranquilo y su expresión se relajó, entrando en un profundo sueño reparador.